viernes, 3 de agosto de 2007

un mundo a medida


Dibujo con tiza en el suelo, a modo de rayuela, lo que será el nuevo escenario. Por aquí llegará C con su corbata, por aquel otro lado, F con su violín. Aparecerán en escena de improvisto, una artista australiana y un músico israelí. Y entonces descubro que Él sigue por ahí escondido, cabizbajo. Hace más de 4 años que no me mira a los ojos. Pero está. No molesta demasiado, y me produce una pena inmensa sacarlo de mi mundo de territorios comunes.

Todos andamos despeinados. Con cara de recién levantados, o de haber estado colgando molinillos de colores en las ventanas de una casa imaginaria a las afueras de Tarifa.

Hay tres niñas pequeñas que ya han cumplido los 22, que se encargan de ponerle magia a las esquinas. Con ella hacen lazos, flores, mariposas... Las recuerdo dedicándose a esos menesteres desde que aparecieron en mi vida por casualidad, alguna mañana con sol, y decidieron quedarse para siempre.

Pero otros muchos personajes sólo llegan, y mientras les preparo un lugarcito, acaban saliendo sin percatarme siquiera. Entonces escribo su nombre, y su cara y su olor, en la cuadrícula, por si se les ocurre volver. Así no habrá mareos inoportunos.

Otros tantos saben que cuando tacho con una cruz su cuadrícula es momento de salir de mi mundo. No siempre es fácil. Pero no sería ningún juego, si deja de ser emocionante.