jueves, 27 de noviembre de 2008

Mi madre me llama mucho para decirme que me abrigue bien


me voy comiendo el postre de camino al metro
porque sigo sin acostumbrarme al horario de tarde,
aunque no haya tenido otro en mi vida,
ni siquiera en la facultad.

Se me echa el tiempo encima
después de ponerme el abrigo
y salgo pitando,
fruta en mano,
en busca de la linea amarilla.

Hay un kebab de unos ecuatorianos.
Eso siempre me ha hecho mucha gracia.
Pues bien, justo en la puerta del bar
se formó un remolino de hojas secas,
y yo que iba volando,
lo atravesé sin darme cuenta.
Me levantó el vestido
y me tapó la cara con la bufanda.
Fue una imagen de lo más ridícula. Lo reconozco.
Me fui riendo hasta el trabajo.
Y cuando llegué
y me quité el abrigo,
un par de hojas secas cayeron al suelo.

Sé que suena muy cursi.
Pero es que me pasó de verdad.
Y a mí me pareció una señal increíble
de que este otoño todo anda revuelto dentro mío,
y sin embargo,
me encanta.

Hoy a venido a casa D.
porque se quedó sin llaves y no tenía donde ir.
Ella está viviendo una etapa mucho más difícil.
Madrid empieza a marearla.
'Todo supone tanto esfuerzo' - me dice.

Y es verdad.
Agota.
Lo que pasa es que yo me enamoré mucho y muy bien
y tendrían que pasar muchas cosas feas
para dejar de querer a esta ciudad.

sábado, 22 de noviembre de 2008

sábado con fiebre




(El texto es de Clarice Lispector)

domingo, 9 de noviembre de 2008

recoger tempestades


creo que quedan buenas historias en el saco.
y mecanismos de cajas de música,
y lana,
lápices
y tardes de domingo sin pena.

Deben quedar...
pero justo ahora
no los encuentro.

sábado, 1 de noviembre de 2008

ayer compré una cajita de cristal en una tienda de cosas viejas, para no guardar demasiado, y ser consciente de lo que tengo




he cambiado de sitio los muebles del salón.
Ahora la mesa está junto a la ventana,
y puedo comer mirando la calle.

Y escribir, mientras se mueven los árboles
y parpadean las primeras luces de navidad en un pequeño bar de abajo.

Decidí quedarme con lo que tengo,
y no pienso en una renuncia cobarde,
sino en una apuesta sincera
a la vida que empiezo a construir.

Los cimientos están.
Pero apenas levanté un par de muros.
Así que muchas madrugadas se cuela el frío
y me hielo,
y tengo que acurrucarme en una esquinita,
pensando el modo en el que pueda sentirme a salvo
sin traicionarme.

La parte buena está
en que me siento a tiempo...

Es justo el momento de hacerse la gigante
y creérselo,
de puntillas y tan segura,
cruzando de noche la Gran Vía.