No vimos pasar ni un sólo coche por aquella carretera.
El sol decía hasta mañana poco a poco,
cansado,
había trabajado con ganas aquel día.
Mi tío el italiano siempre lleva cassettes de Adriano Celentano
sonando muy alto en el coche.
Aquel día había sido completamente verano
y yo llevaba los pies descalzos sobre la guantera.
El campo estaba muy seco,
pero de vez en cuando
atravesábamos pequeñas cuadrículas
donde enormes girasoles
se erguían orgullosos.
Volvíamos a casa
con el olor a cloro y bronceador
prendido a la piel.
Parecíamos haber viajado en el tiempo,
y de ese modo
todo adquiría el tono amarillento de aquellas viejas fotografías
en las que mi madre y mi tía llevaban gafas enormes
y triquinis estampados.