martes, 22 de julio de 2008
cuando pido canciones en los bares casi nunca me las ponen, y eso que soy habitual
pensaba
en lo rápido que se consumen algunos cigarros.
Escucho los dados.
Mis vecinos juegan cada noche.
No hablan,
sólo juegan, con la tele prendida de fondo.
También pensaba en cuanto me gusta
la gente que sabe muchas cosas,
aunque prefiero a los que saben un poquito menos
si las pueden contar mejor.
--
Yo no hablo mucho.
Soy algo inaccesible
cuando se trata de mi mundo.
Tampoco sé contar chistes.
Ni silbar.
Eso me da mucha rabia.
Sigo sin saber cocinar.
Aunque disfruto cortando en pedacitos
la cebolla,
los pimientos,
el tomate...
mi madre dice que
el secreto de una comida rica
está en el sofrito.
hablo mucho de mi madre.
Cada vez más.
Le doy la razón murmurando a solas,
cada vez que me queda rico el arroz
y huele bien desde la escalera.
Le doy la razón por otras cosas.
Pero ahora no vienen al caso.
--
Una de las mejores cosas del verano
es dormir con las ventanas abiertas.
Y andar descalza,
sí,
eso también.
No existe hilo
en este texto.
No hay argumento.
Como mi vida ahora.
Que parece una mera anécdota del contexto,
del escenario.
De mi Madrid.
... ays
a veces necesitaría alguna pista.
Qué me digan cómo se hace.
qué ganas de cambiar algunas cosas,
Las cortinas,
el color del pelo,
la marca de yogures.
El trabajo,
la casa...
no sé,
la dirección.
martes, 15 de julio de 2008
miércoles, 2 de julio de 2008
me conozco y me reconozco, y sin embargo, qué sorpresas me preparo cada día
'no dejes nada por hacer'
me dijo la chica con voz serena
y pelo rubio.
es hora de limpiar lámparas
y cristales,
mojarme la cara de agua helada,
comprar melón,
picar hielo para el té,
coser los rotos
y estrenarme por las mañanas.
hay sombra verde
de árboles muy altos
en la plaza.
Hay rosas naranjas,
y un edificio con toldos rojos
en cada balcón.
Hoy se besa
justo en la esquina
esa pareja que cada día discute
en plena calle,
de la manera más enérgica.
De madrugada
las sirenas,
el último cigarro,
escribir a solas junto a la ventana.
No vais a creerme si os digo,
que por un instante,
la calma en Madrid
tiene
olor a salitre.
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